3/9/10

¿Y sí querías ver?

Se despierta más tarde de lo que esperaba y lo primero que piensa es por qué. Pero la respuesta no importa: de cualquier manera no tiene nada en su lista de quehaceres diairios.
Se levanta de la cama. Introduce su pie derecho en la pantunfla correspondiente y luego hace lo mismo con el pie opuesto. Decide entonces prepararse un café para lograr concentrarse, ya que ni con el sueño de más ha logrado hacerlo como si en verdad hubiese descansado.
Termina su café en pocos tragos. Deposita la taza, aún caliente, en el fregadero. Sube las escaleras para lavarse la cara frente a un espejo que nunca la hace lucir mejor que antes. Cae jabón en sus ojos. Recolecta agua en sus manos y la lanza contra su cara repetidas veces esperando que el ardor se vaya por donde vino. Cierra los ojos y los vuelve a abrir sin ningún cambio. Maldice tres veces. Regresa a la cama. Se despoja de las pantunflas. Se recuesta nuevamente y espera a que sus ojos regresen a su condición normal. Dos días después debe visitar al médico sólo para enterarse, luego de un arudo análisis, de la única solución posible al ardor: le extirparán ambas esferas oculares.